Carpe Diem
¿A quien le pertenece el tiempo?, dependiendo de nuestro punto de vista en la circunstancia que nos esté acompañando para el momento en que lo tengamos que responder, puede parecernos que la longitud de una vida humana es increíblemente larga o miserablemente pequeña.
De un modo irremediable hemos de morir, pocas veces nos detenemos a pensar en ello, es una idea tan terrible y despiadada como certera. Y el pensar en esa mezcla de fatalidad y certidumbre excede con mucho la capacidad de comprensión de nuestra humanidad, de nuestra naturaleza.
Lo que somos, esa interacción con los demás y el universo que nos ha contenido es lo que va a sobrevivirnos, es el legado colmado de esos pensamientos, pasiones, convicciones y contradicciones que nos conforman lo que permanecerá después de la muerte.
Sólo después de haber considerado la certeza de la muerte y de haber aceptado su inexorable llegada puede cambiar nuestra concepción acerca del universo y nuestro papel en él, sólo tras ese examen podemos decir con absoluta seguridad que tenemos el compromiso de hacer con nuestro tiempo una contribución valiosa para las generaciones venideras, o para quienes nos rodean.
Permanecer callados, mudos ante el espectáculo multicolor que nos va ofreciendo la vida es estar de algún modo muertos antes de la hora última, saboreando el vacío de la muerte. Es sentir que el tiempo definitivamente no nos pertenece y que es en su cauce donde las penurias viajan para cubrirnos despacio con su esencia, su terrible sino. Y ello puede ser razonable, el tiempo no nos pertenece.
Sin embargo, para otros cada instante representa una nueva oportunidad de vencer a una adversidad que trata de hacerles sucumbir, de hundirlos hasta el alma en su depresión, y algo que es más que la alegría, algo que no pueden definir lo que les mantiene a flote en medio de esa nada que les azuza constantemente, y decimos que ello es válido también, nos pertenece lo que hagamos con el tiempo.
En el centro de estas posiciones extremas, en un filo estáá de algún modo la razón exacta, esquiva a un hombre cualquiera pero relativamente accesible para que muchos puedan pasar sobre su sendero. La muerte abre los ojos para mirar detrás de muchas de nuestras dudas, para saber que hay un límite cuya longitud nos es desconocida y después del cual, nuestra oportunidad de llevar a cabo cualquier labor se ha terminado. Si bien es cierto que el tiempo no nos pertenece, ni siquiera nos pertenece la vida que hemos heredado, sólo tenemos dominio sobre el empleo que hacemos de él, de lo que dejamos hecho para los demás y lo que hacemos por nosotros en ese lapso de tiempo.
Estamos llamados a emplear el tiempo en el aprendizaje del uso de nuestras manos y nuestras inteligencias, aprovechar cada instante con los recursos que hay en él, tal y como está para nuestras metas, elevadas metas que hablen de nosotros a cada tiempo, infancia, adolescencia y juventud, tratar de mover los recursos de un instante a otro es ocupar nuestras fuerzas en el vano intento de trastocar el orden del tiempo y la vida misma.
Está en nuestras manos el uso racional del tiempo y la hechura de esas manos, la felicidad o la desdicha para con nosotros y los demás, es esa interrelación la que define nuestro éxito o nuestro fracaso, es ella quien define la facilidad o dificultad con la que transitaremos por la vida.